lunes, 14 de junio de 2010

INEVITABLE Y EVITABLE

Por: Mariella Balbi
Martes 8 de Junio del 2010

A todos nos ha conmocionado el brutal asesinato de Stephany Flores, joven, querida por su entorno y con un porvenir por delante. El impacto de su muerte en nuestra sociedad y en el exterior es contundente. Lo explica la crueldad del crimen, pero también por tratarse de una adolescente. Si bien tenía 21 años, era independiente y emprendedora, su rostro afable aún expresaba la inocencia de quien no dejó del todo la infancia y cierta fragilidad. Luego de los lamentables hechos surge la pregunta de si ella lo pudo evitar, señalándose a la permisividad de la que gozan los jóvenes de hoy como la gran culpable. Sin embargo, ella no era una chica liberal, más bien no vivía en el exceso. Ante la impotencia frente a su muerte no resulta útil responsabilizar al casino o el abordar a un extraño con la curiosidad propia de su edad como las causas últimas de este triste suceso.

La posibilidad de que el psicópata holandés atacara luego de cinco años —en la misma fecha— a Stephany es una probabilidad entre millones, imposible de prever. Pudo ocurrir en el día, no en un cuarto de hotel sino en su misma camioneta. El límite de la imprudencia es difuso y fácil de delimitar una vez ocurrida la desgracia. Dicen que los psicópatas eligen a sus víctimas con habilidad y claridad, ese es un dato de la realidad que difícilmente se puede obviar. Tal vez, como dijo su acongojado padre, ella fue un instrumento de Dios para que este despreciable tipo terminara en la cárcel, donde debió estar hace mucho tiempo. Los no creyentes pensarán en ese misterioso espacio en el que nos movemos los seres humanos, el destino. Claro que se pueden sacar lecciones, pero estas deben ser realistas.

Las muertes que se pudieron evitar largamente fueron las ocurridas el 5 de junio del 2009 en Bagua. Ahí sí no hubo destino, solo torpeza. Y todos fuimos culpables, por indiferencia hacia los amazónicos, porque el gobierno dilató y enervó torpemente, porque el Congreso “meció” de manera grosera a los nativos junto con la dirigencia de Aidesep. Diez pobladores y nueve policías murieron en un absurdo “enfrentamiento” en la Curva del Diablo. Fue al calor de los hechos y de la desmaña. Nada explica el asesinato de los 12 policías que fueron linchados, masacrados en la Estación 6, solo el odio. Superar estos tremendos hechos es una obligación como país. Los culpables deben pagar por sus excesos y decir de una vez por todas qué fue del mayor Bazán, que estando muerto sigue desaparecido.